martes, 7 de mayo de 2013

1X14 Adiós dragón, adiós (parte 2)

Valencia 20 de noviembre del 2012, 17:35.

-Llegados a este punto, el tiempo se ha parado. Ahora buscaremos nuestra salida- dijo Ana Lucía a sus cuatro acompañantes.

El cielo estaba gris debido a la gran capa de humo y polvo que se elevaba sobre Valencia. Por encima de todo brillaba el sol. Un sol cegador, que traspasaba el humo, en forma de rayos de color naranja intenso. Del cielo, caían restos de ceniza y otras partículas. Costaba respirar pero los únicos cinco supervivientes, de aquella masacre, caminaban. Iban en silencio. Cada uno hablaba con sus pensamientos.

Ana Lucía sentía una ya conocida sensación. La sensación de una guerra terminada, terminada con victoria. Caminaba la primera, girándose de vez en cuando, para ver al grupo. En todo el trayecto no quitó la sonrisa de la cara. Sabía que habían acabado con aquella cosa, que Valencia estaba vacía. Ahora solo tenían que caminar, para encontrar el límite, y cruzarlo. ¡Qué ganas tenía de salir definitivamente de aquella pesadilla, de una vez por todas!

Víctor caminaba pensativo. Él no tenía una charla consigo mismo. No pensaba en lo que había pasado. No, ya no. Ahora pensaba en ¿qué haría nada más salir de allí? Caminaba despacio. Le pesaban los pies, y un brazo. El brazo con el cual agarraba a Carolina por los hombros, para hacerla seguir, para sacarla de aquel infierno. ¡Qué raro! Habían pasado varios días, parecía que fuesen años. Aquel comienzo, cuando estaba en su piso, junto a su pecera, se le antojaba muy lejano. Ahora, no quedaba nada material de aquel Víctor, tan solo su cuerpo. Durante su paseo pensó y decidió. Se había cansado de la ciudad, del agobio, de la gente. Retirado, en un pueblo pequeño del interior no se viviría mal. Siempre había escuchado que el nómada camina hacia el oeste, y eso haría. Se iría al interior, a un pueblo de montaña, sin agobios, sin ruidos y sin dragones.

Bruno ni pensaba ni sentía. Caminaba, con la vista al frente. Su mente le enviaba una y otra vez la imagen de Marcos, muerto. ¡Joder como cambia el tiempo! Apenas unos días creía que le había dejado de importar, y ahora sentía que había perdido algo que le importaba de verdad. Era una pena haberse dado cuenta tarde. Caminaba apretando los dientes, concentrado en apretarlos; intentando no dejar hueco en su cabeza para las imágenes, pero esas imágenes tuvieron hueco durante todo el trayecto; y lo tendrían en muchas otras ocasiones.

El militar. Nunca supo cuál era su sitio. Se metió en el ejército un día cualquiera, para encontrarle sentido a su vida en otro lugar. Hasta el momento, ningún frente de batalla se lo había dado. Ahora, con lo que le había dejado el dragón, terror y pena, parecía estar algo más cerca de ese sentido. La joven Eva, le había dejado una pequeña semilla de sensibilidad y fortaleza, para trabajar en su interior. Por ello, ahora, iba caminando y trabajando su interior.

Por último, Carolina, sostenida y empujada de los hombros por Víctor. Caminaba despacio, a golpes. Iba mirándose los pies. Ella si lo tenía todo claro, aquella maldita bestia le había quitado todo, su casa, su familia, y lo que aún era peor, la esperanza por la vida. Iba sumida en un mar de pensamientos, pero todos formados en el pasado. El cumpleaños anterior de Eva, el desayuno que preparó junto a su hermana para su madre en el día de la madre; todo lo que le venía a la cabeza ahora, era pasado, por ello su cuerpo del presente, se movía vacío, sereno, sin apenas fuerzas para soportar aquel presente.

Caminaron y caminaron durante gran parte de la tarde. Ya estaba anocheciendo, cuando Ana Lucía rompió de nuevo el silencio: - ¿Ha dejado algo en pie esa maldita cosa? ¡Solo se ve destrucción, sin ningún final!-
-¡Mira allí!- dijo Víctor señalando con el dedo a lo lejos. Enfrente de ellos, a varios kilómetros todavía, se veía una pequeña muralla. –Ahí debería de estar la salida de la autovía, hacia Madrid, pero está cortada por algo, ¿parece un muro?- continuó Víctor.
-¿Seguro? Yo no alcanzo a ver nada, pero es posible que montasen alguna zona de control, para los militares. ¡Vamos, rápido!, es posible que aún quede alguien- dijo Ana Lucía cada vez más emocionada y excitada por el fin de aquella historia.
Caminaron esta vez a un paso más rápido hacia el lugar. Ana Lucía tenía razón. Delante de ellos se levantaba una enorme muralla, con vallas y un edificio en su interior, del cual se veía salir varios cañones. El ejército había montado una zona de control, pero en aquel momento, estaba totalmente deshabitada.
-¿Hola? ¿Hay alguien ahí?- preguntó Víctor.
-No lo parece, es como si todos se hubiesen esfumado sin más- contestó Ana Lucía a la pregunta retórica.
Aquel edificio se mostraba como un fantasma del pasado, vacío. Las pocas ventanas que se veían desde el otro lado del muro comenzaron a vibrar. La alambrada de pinchos que había por encima de la valla también comenzó a vibrar, haciendo un ruido de choque metálico. Todos notaron como el suelo temblaba de nuevo. Todos sintieron palpitar su corazón en la sien, una vez más. Los cinco supervivientes se giraron y vieron lo mismo. Otra vez, había comenzado el infierno. Debajo del cielo negro, lleno de estrellas, se erguía la bestia. El dragón rosa estaba a unos metros de ellos, magullado, con grandes zonas de quemaduras. La cabeza rosa había dejado paso a un color gris ceniza. Pese a su aspecto, ahora imponía más que antes. Ahora sus ojos reflejaban venganza. Desde los 20 metros que lo separaban, lanzó un rugido. Un rugido que adelantaba la muerte de uno de los cinco.

-¡Corred! Vamos, al otro lado de la valla- gritó Ana Lucía, mientras tiraba del brazo a Bruno y lo dirigía hacia los pies del muro.
Corriendo, Ana Lucía puso las manos juntas, para hacer de escalón, e hizo que Bruno subiera corriendo la alambrada hacia el otro lado. El siguiente fue el militar, pero en lugar de bajar por el otro lado, se quedó en la parte más alta de la valla, para desde allí ayudar a Carolina a subir. Por otro lado, ya estaban subiendo Ana Lucía y Víctor. El tiempo estaba siendo muy breve, fueron solo segundos lo que tardaron en pasar la valla, pero el dragón no necesitó muchos más para llegar a ella.
Cuando el dragón llegó a los pies del muro, Bruno y Ana Lucía ya estaban en el otro lado, Víctor, descendía por el otro lado de la valla, y el militar ayudaba a Carolina a pasar la alambrada de pinchos, hacía el otro lado.

El dragón saltó contra la valla, haciendo que Víctor perdiese el equilibrio y cayese de espaldas junto a los pies de Bruno. El militar quedó enganchado de la alambrada de pinchos, por la manga y Carolina se aferraba con fuerza en la parte superior, sin saber dónde poner los pies, para no caer desde lo alto.
De repente el dragón volvió a golpear la valla. Esta vez la manga del militar se rasgó y cayó al suelo, junto a Víctor, que aún estaba levantándose, ayudado por Bruno.
-¡Suéltate Carolina! Yo te cogeré- le gritó Ana Lucía desde abajo.
-No, no puedo, tengo miedo- gimoteaba Carolina desde lo alto.
Rápidamente, mientras el dragón se disponía a golpear de nuevo la valla, y ayudado por Víctor y Bruno, el militar subió por la parte interna.
-Baja de una vez, no tengas miedo, yo te cogeré, te lo prometo- seguía suplicándole Ana Lucía desde abajo, mientras estiraba los brazos para que viese Carolina, que de verdad estaba dispuesta a cogerla.
Pero Carolina no saltó, y esta vez el dragón golpeó con más fuerza. La muralla de bloques que había debajo de la valla se derrumbó, lanzando por los aires a Ana Lucía, y Bruno, con gran parte de los escombros. Víctor tuvo que taparse la cara para que ningún ladrillo de los que salieron disparados le diese en la cara. El militar, se agarrón con fuerza, con una mano a la valla y con la otra a la pierna de Carolina, que con el último golpe, había quedado colgando.

Ya no hubo más golpes, tan solo el sonido amargo, del dragón, tragándose a Carolina.
Pasó un segundo, o pasaron mil, pero la sensación fue de horas; y en aquellos pocos segundos, el cielo se llenó de luces. Cada uno desde su sitio lo pudo ver. Ana Lucía y Bruno, mientras apartaban los ladrillos, que tenían por encima; Víctor desde los pies del muro, apartándose las manos de la cara; el militar desde lo alto de la valla, con la zapatilla de Carolina en la mano; e incluso el dragón, desde el otro lado del muro, pareció que miraba el cielo. Entonces se ilumino todo, una gran luz cegadora iluminó la noche, hasta el punto de hacerles cerrar los ojos, y mientras duraba esa luz intensa, comenzaron las explosiones.