Valencia 20 de noviembre del
2012, 17:35.
-Llegados a este punto, el tiempo
se ha parado. Ahora buscaremos nuestra salida- dijo Ana Lucía a sus cuatro
acompañantes.
El cielo estaba gris debido a la
gran capa de humo y polvo que se elevaba sobre Valencia. Por encima de todo
brillaba el sol. Un sol cegador, que traspasaba el humo, en forma de rayos de color
naranja intenso. Del cielo, caían restos de ceniza y otras partículas. Costaba
respirar pero los únicos cinco supervivientes, de aquella masacre, caminaban.
Iban en silencio. Cada uno hablaba con sus pensamientos.
Ana Lucía sentía una ya conocida
sensación. La sensación de una guerra terminada, terminada con victoria.
Caminaba la primera, girándose de vez en cuando, para ver al grupo. En todo el
trayecto no quitó la sonrisa de la cara. Sabía que habían acabado con aquella
cosa, que Valencia estaba vacía. Ahora solo tenían que caminar, para encontrar
el límite, y cruzarlo. ¡Qué ganas tenía de salir definitivamente de aquella
pesadilla, de una vez por todas!
Víctor caminaba pensativo. Él no
tenía una charla consigo mismo. No pensaba en lo que había pasado. No, ya no.
Ahora pensaba en ¿qué haría nada más salir de allí? Caminaba despacio. Le
pesaban los pies, y un brazo. El brazo con el cual agarraba a Carolina por los
hombros, para hacerla seguir, para sacarla de aquel infierno. ¡Qué raro! Habían
pasado varios días, parecía que fuesen años. Aquel comienzo, cuando estaba en
su piso, junto a su pecera, se le antojaba muy lejano. Ahora, no quedaba nada
material de aquel Víctor, tan solo su cuerpo. Durante su paseo pensó y decidió.
Se había cansado de la ciudad, del agobio, de la gente. Retirado, en un pueblo
pequeño del interior no se viviría mal. Siempre había escuchado que el nómada
camina hacia el oeste, y eso haría. Se iría al interior, a un pueblo de
montaña, sin agobios, sin ruidos y sin dragones.
Bruno ni pensaba ni sentía.
Caminaba, con la vista al frente. Su mente le enviaba una y otra vez la imagen
de Marcos, muerto. ¡Joder como cambia el tiempo! Apenas unos días creía que le
había dejado de importar, y ahora sentía que había perdido algo que le
importaba de verdad. Era una pena haberse dado cuenta tarde. Caminaba apretando
los dientes, concentrado en apretarlos; intentando no dejar hueco en su cabeza
para las imágenes, pero esas imágenes tuvieron hueco durante todo el trayecto;
y lo tendrían en muchas otras ocasiones.
El militar. Nunca supo cuál era
su sitio. Se metió en el ejército un día cualquiera, para encontrarle sentido a
su vida en otro lugar. Hasta el momento, ningún frente de batalla se lo había
dado. Ahora, con lo que le había dejado el dragón, terror y pena, parecía estar
algo más cerca de ese sentido. La joven Eva, le había dejado una pequeña
semilla de sensibilidad y fortaleza, para trabajar en su interior. Por ello,
ahora, iba caminando y trabajando su interior.
Por último, Carolina, sostenida y
empujada de los hombros por Víctor. Caminaba despacio, a golpes. Iba mirándose
los pies. Ella si lo tenía todo claro, aquella maldita bestia le había quitado
todo, su casa, su familia, y lo que aún era peor, la esperanza por la vida. Iba
sumida en un mar de pensamientos, pero todos formados en el pasado. El
cumpleaños anterior de Eva, el desayuno que preparó junto a su hermana para su
madre en el día de la madre; todo lo que le venía a la cabeza ahora, era
pasado, por ello su cuerpo del presente, se movía vacío, sereno, sin apenas
fuerzas para soportar aquel presente.
Caminaron y caminaron durante
gran parte de la tarde. Ya estaba anocheciendo, cuando Ana Lucía rompió de
nuevo el silencio: - ¿Ha dejado algo en pie esa maldita cosa? ¡Solo se ve
destrucción, sin ningún final!-
-¡Mira allí!- dijo Víctor
señalando con el dedo a lo lejos. Enfrente de ellos, a varios kilómetros
todavía, se veía una pequeña muralla. –Ahí debería de estar la salida de la
autovía, hacia Madrid, pero está cortada por algo, ¿parece un muro?- continuó
Víctor.
-¿Seguro? Yo no alcanzo a ver
nada, pero es posible que montasen alguna zona de control, para los militares.
¡Vamos, rápido!, es posible que aún quede alguien- dijo Ana Lucía cada vez más
emocionada y excitada por el fin de aquella historia.
Caminaron esta vez a un paso más
rápido hacia el lugar. Ana Lucía tenía razón. Delante de ellos se levantaba una
enorme muralla, con vallas y un edificio en su interior, del cual se veía salir
varios cañones. El ejército había montado una zona de control, pero en aquel
momento, estaba totalmente deshabitada.
-¿Hola? ¿Hay alguien ahí?-
preguntó Víctor.
-No lo parece, es como si todos
se hubiesen esfumado sin más- contestó Ana Lucía a la pregunta retórica.
Aquel edificio se mostraba como
un fantasma del pasado, vacío. Las pocas ventanas que se veían desde el otro
lado del muro comenzaron a vibrar. La alambrada de pinchos que había por encima
de la valla también comenzó a vibrar, haciendo un ruido de choque metálico.
Todos notaron como el suelo temblaba de nuevo. Todos sintieron palpitar su
corazón en la sien, una vez más. Los cinco supervivientes se giraron y vieron
lo mismo. Otra vez, había comenzado el infierno. Debajo del cielo negro, lleno
de estrellas, se erguía la bestia. El dragón rosa estaba a unos metros de
ellos, magullado, con grandes zonas de quemaduras. La cabeza rosa había dejado
paso a un color gris ceniza. Pese a su aspecto, ahora imponía más que antes.
Ahora sus ojos reflejaban venganza. Desde los 20 metros que lo separaban, lanzó
un rugido. Un rugido que adelantaba la muerte de uno de los cinco.
-¡Corred! Vamos, al otro lado de
la valla- gritó Ana Lucía, mientras tiraba del brazo a Bruno y lo dirigía hacia
los pies del muro.
Corriendo, Ana Lucía puso las
manos juntas, para hacer de escalón, e hizo que Bruno subiera corriendo la
alambrada hacia el otro lado. El siguiente fue el militar, pero en lugar de bajar
por el otro lado, se quedó en la parte más alta de la valla, para desde allí
ayudar a Carolina a subir. Por otro lado, ya estaban subiendo Ana Lucía y
Víctor. El tiempo estaba siendo muy breve, fueron solo segundos lo que tardaron
en pasar la valla, pero el dragón no necesitó muchos más para llegar a ella.
Cuando el dragón llegó a los pies
del muro, Bruno y Ana Lucía ya estaban en el otro lado, Víctor, descendía por
el otro lado de la valla, y el militar ayudaba a Carolina a pasar la alambrada
de pinchos, hacía el otro lado.
El dragón saltó contra la valla,
haciendo que Víctor perdiese el equilibrio y cayese de espaldas junto a los
pies de Bruno. El militar quedó enganchado de la alambrada de pinchos, por la
manga y Carolina se aferraba con fuerza en la parte superior, sin saber dónde
poner los pies, para no caer desde lo alto.
De repente el dragón volvió a
golpear la valla. Esta vez la manga del militar se rasgó y cayó al suelo, junto
a Víctor, que aún estaba levantándose, ayudado por Bruno.
-¡Suéltate Carolina! Yo te
cogeré- le gritó Ana Lucía desde abajo.
-No, no puedo, tengo miedo-
gimoteaba Carolina desde lo alto.
Rápidamente, mientras el dragón
se disponía a golpear de nuevo la valla, y ayudado por Víctor y Bruno, el
militar subió por la parte interna.
-Baja de una vez, no tengas
miedo, yo te cogeré, te lo prometo- seguía suplicándole Ana Lucía desde abajo,
mientras estiraba los brazos para que viese Carolina, que de verdad estaba
dispuesta a cogerla.
Pero Carolina no saltó, y esta
vez el dragón golpeó con más fuerza. La muralla de bloques que había debajo de
la valla se derrumbó, lanzando por los aires a Ana Lucía, y Bruno, con gran
parte de los escombros. Víctor tuvo que taparse la cara para que ningún
ladrillo de los que salieron disparados le diese en la cara. El militar, se
agarrón con fuerza, con una mano a la valla y con la otra a la pierna de
Carolina, que con el último golpe, había quedado colgando.
Ya no hubo más golpes, tan solo
el sonido amargo, del dragón, tragándose a Carolina.
Pasó un segundo, o pasaron mil,
pero la sensación fue de horas; y en aquellos pocos segundos, el cielo se llenó
de luces. Cada uno desde su sitio lo pudo ver. Ana Lucía y Bruno, mientras
apartaban los ladrillos, que tenían por encima; Víctor desde los pies del muro,
apartándose las manos de la cara; el militar desde lo alto de la valla, con la
zapatilla de Carolina en la mano; e incluso el dragón, desde el otro lado del
muro, pareció que miraba el cielo. Entonces se ilumino todo, una gran luz
cegadora iluminó la noche, hasta el punto de hacerles cerrar los ojos, y
mientras duraba esa luz intensa, comenzaron las explosiones.