domingo, 17 de febrero de 2013

1X11 Adiós dragón, adiós (parte 1)


Valencia, 20 de noviembre del 2012, 11:54

Todo el grupo descendió por la escalera del edificio, en el que en aquel momento hacía la función de mausoleo para Eva. Llegaron al portal y más de uno no pudo contener los pensamientos, y recordar que cuando entraron eran dos más; ahora Eva descansaba para siempre en el piso 17, y las manchas de sangre del portal, era lo único que había dejado el otro militar al entrar.
El plan era ir de vuelta a la tienda, subir por la puerta que daba al edificio hasta la azotea, y salir de la ciudad en el helicóptero, lo más lejos posible. Cuando estaban llegando a la salida de las vías del tren escucharon un ruido, en la calle a la que tenían que salir.

-Tsss ¡Esconderos!- dijo en voz baja, pero firme Ana Lucía – ¡Esa maldita cosa está cerca!
Desde uno de los rincones de los escombros de la estación en la que se escondían, comenzaron a mirar con cautela. Permanecieron varios minutos escuchando el ruido del dragón pero sin ver nada; hasta que por fin Víctor logró verlo.
-¡Eh, mirad!, allí me parece que está- señaló con la punta de la barbilla hacia el final de la calle. Efectivamente allí estaba el dragón, y parecía entretenido terminando de devorar algo.
-¿Cómo salimos de aquí?¿Cuál es el plan? Porque el helicóptero está en aquella dirección, y no creo que podamos pasar por debajo de su tripa sin ser vistos- opinó Marcos.
El militar exploró todo lo que les rodeaba y al final dijo: -Bien, creo que una buena solución sería montar en ese autobús que hay ahí parado, podemos esperar a ver qué hace el dragón, estaremos más protegidos, y en cuanto se vaya, probamos a ver si se puede arrancar y en 10 minutos estamos en la puerta del edificio del helicóptero.

Así fue como el grupo se dirigió hacia el autobús que había al otro lado de la calle, de forma silenciosa, para no ser vistos. Todos en fila de uno, excepto Carolina, que seguía agarrada al militar y mirándose los pies. Entraron en el autobús y se quedaron agachados en el suelo, con los ojos entornados, ninguno tenía el valor de abrir del todo los ojos y ver aquella imagen. Toda la calle derruida, todo reducido a escombros, con la intuición de que toda Valencia estuviese en el mismo estado. El dragón se había movido y ahora estaba más cerca del autobús en el que ellos se encontraban. Estaba entretenido metiendo y sacando la cabeza de un portal. Al final se dieron cuenta de lo que era, un caballo enganchado a un carro de arrastre, se había metido en un portal, y el dragón estaba sacando poco a poco trozos del carro, con la intención de poder coger al caballo en uno de esos intentos.
Ahora estaban todos asomados por la ventana trasera del autobús, agachados, simplemente asomando media cabeza por el temor a ser vistos por aquella cosa. Estaban todos excepto Carolina, que estaba en los asientos de primera fila, acurrucada y llorando.

-¿Por qué?¿Por qué, maldito hijo de puta?, no tenía que haber ocurrido nada de esto. Ella debería de estar viva. Debería de salir y matarte con mis manos- Comenzó a decir cada vez más alto Carolina desde los asientos. A medida que aumentaba su tono de voz se iba irguiendo e iba mostrando más furia en los ojos.
-Tssss, ¡No grites! O vas a hacer que nos encuentre- Le dijo en tono agresivo Marcos, en un intento de susurro.
-Debería salir y matarlo con mis manos- continuó gritando Carolina mientras levantaba y se miraba las manos como si fuesen un par de bombas capaces de destruir lo que tocase.
-Por favor, que alguien coja a esa trastornada y le haga callar, o va a hacer que nos maten a todos- Susurró Ana Lucía al resto del grupo.
El militar se acercó lentamente a Carolina, susurrándole que mantuviera silencio, diciéndole que la entendía y que debía sentarse y esperar. Pero todas aquellas palabras parecieron entrar por una oreja de carolina y salir por la otra. Se giró y siguió gritando, mirando hacia la puerta del autobús.
-Voy a matarlo, voy a arrancarle el corazón con mis manos, por lo que le ha hecho a Eva. Tengo que hacerlo por ella.- continuó gritando a la vez que salía corriendo del autobús hacia la calle.
-¡No, insensata!- dijo el militar, y se lanzó en su persecución.
-¡Mierda! La va a matar- dijo Víctor, dirigiéndose hacia la salida para salir en la búsqueda de Carolina también.
-¡Tatatata!- sonaron unos disparos. Ana Lucia estaba en la puerta trasera del autobús con la metralleta en alto, y por encima de ella se veían varios agujeros en el techo del autobús.
-¿Pero qué haces, estás loca?- pregunto desconcertado Víctor. Fuera Carolina y el militar quedaron inmóviles intentando mirar hacia el interior del autobús, no sabían que había pasado, y al final de la calle, el dragón, miraba casi con los mismo ojos de desconcierto hacía Carolina y el militar.
-¡No!, los locos sois todos vosotros. No tenéis ni puta idea de lo que es la supervivencia. Créeme, yo he estado en la guerra de Irak, y no se sobrevive llevando a niñas enfermas, a chicas histéricas, y mucho menos saliendo con voz en grito de un escondite, cara al enemigo. Estoy cansada de ponerme en peligro por vuestra culpa y vuestra insensatez. A partir de ahora, aquí se hace lo que yo diga, y el que no quiera, o se ponga en contra, le vacío el cargador de mi M16 en la jodida cabeza, ¿Entendido?- rugió Ana Lucía.
Nadie dijo nada, pero todos agacharon la cabeza durante unos segundos, y fueron en silencio hacia la ventana otra vez, para ver como se desencadenaba la lucha entre Carolina y el militar contra el dragón rosa.

En ese momento el caballo que había estado escondido durante tanto tiempo en el portal, salió corriendo hacia donde estaban ellos. El dragón, detrás de él, tardó solo tres segundos en alcanzarlo, y a la vez que corría, en dirección a ellos, tragárselo.
El militar comenzó a disparar hacia el dragón, y Carolina, ahora asustada, estaba acuclillada detrás de él, con las manos en las orejas, para no oír los disparos, mientras lloraba.
Los disparos no parecieron hacer que el dragón disminuyera su velocidad y en menos de dos minutos se había recorrido la larga calle. Ahora se encontraba delante de los dos, erguido, rugiendo, y mirando con precisión a sus presas. El militar sin más munición, agarró a Carolina y la puso en pie, e intentó huir hacia la izquierda, pero un golpe de la cola del dragón los hizo salir por los aires en la dirección contraria, y terminaron a los pies de los escombros de la estación de trenes. El dragón giró la cabeza hacia donde habían caído, rugió de nuevo y se abalanzó para tragárselos.
-¡A la mierda!¡Maldito cabrón, muere!- gritó Ana Lucía desde dentro del autobús mientras abría fuego hacia aquella bestia, a través del cristal posterior. El resto del grupo tuvo que taparse la cara y tirarse al suelo, pues los cristales comenzaron a volar hechos añicos en todas las direcciones. Ana Lucía, impasible, con los ojos entornados, continuaba disparando, con buen acierto hacia el dragón.

Esta vez los disparos si parecieron hacerle reaccionar. El dragón, desconcertado del nuevo, elevó la cabeza y busco el origen de aquellos disparos, o ruidos, ni siquiera supo Ana Lucía, que era lo que le había hecho parar su ataque hacia su comida, y mirar hacía el autobús. En ese momento, mientras el dragón no los miraba, el militar se puso de pie y volvió a tirar de Carolina, de una Carolina derrotada entre sollozos, y lograron esconderse de la vista del dragón entre los escombros.
El dragón, volvió a mirar hacia donde unos segundos antes había estado su comida y no vio nada. Quizá por ello, decidió lanzarse hacia el autobús, pero esta vez no pareció hacerlo con el propósito de comer, pues giró un momento antes e hizo, con un giro de su cola, que el autobús comenzase a dar vueltas de campana, con todos en su interior.
Entre los escombros, Carolina y el militar vieron como Ana Lucía, cerca de la puerta trasera, salía por los aires, para caer varios metros más allá de donde unos segundos antes estaba el autobús; el resto rodaron en su interior.

Ana Lucía, magullada, se incorporó en medio de la calle, bajo el sol abrasador. Ahora notaba que el sol quemaba le de verdad. También notaba unos fuertes pinchazos en su hombre derecho, fue por ellos que tuvo el instinto de sujetárselo con la mano derecha; apretándolo fuerte contra sí misma.
Entre los escombros, Carolina y el militar, no daban crédito a lo que había sucedido. El autobús había ido a parar a unos 20 metros, dando vueltas de campana, de donde anteriormente estaba.
Bajo aquel sol abrasador, Ana Lucía entrecerró al máximo sus ojos para ver en el interior del autobús. Pudo ver como dos se levantaron, confusos y seguramente magullados. Pero el tercero, se encontraba mal colgado de una de las ventanas, con un enorme cristal atravesándolo.
Ana Lucía, salió corriendo hacia el autobús y quedó paralizada al ver quien era. El cuerpo que colgaba de la ventana del autobús era el de Marcos. Ana Lucía supo que había muerto en cuanto lo vio. El enorme cristal de la ventana le atravesaba el abdomen, y la sangre caía por todas partes, por la orilla de la ventana hasta el suelo, por sus mejillas desde la cara, e incluso desde los oídos. En ese momento escucho un bramido. Era el de Bruno, en el interior del autobús, se había puesto de pie, junto a Víctor, y acababa de ver la situación. Intentó acercarse al cuerpo de Marcos y abrazarlo, pero no tuvo fuerzas; cayó de rodillas al suelo del autobús, llorando con fuerza y rabia. Víctor, a su lado, lo agarró por los hombros y lo irguió; y aunque siempre sabía decir las palabras adecuadas, en ese momento no supo, se limitó a abrazarlo fuertemente, y a sacarlo del autobús; el dragón aún estaría muy cerca.

Desde la posición del militar, tanto él como Carolina, pudieron ver todo perfectamente. El enorme dragón se encontraba muy cerca del autobús, giró la cabeza y dirigió la mirada hacia Ana Lucía, y sin vacilar ni un segundo se lanzó con la boca abierta hacia donde estaba. Fue por ello, que el militar sintió la necesidad de salir del sitio, gritando el nombre de Ana Lucía, para que esta se diese cuenta y se protegiese del dragón. Detrás del militar salió corriendo Carolina, para intentar pararlo, pero no pudo correr más que él. Debido a los gritos, todos fueron conscientes de la situación. Desde el autobús, Víctor y Bruno vieron como el dragón se abalanzaba contra Ana Lucía, y por ello salieron a toda prisa del lugar, para protegerse. Aunque más bien, Víctor tiraba con fuerza de Bruno, arrastrándolo prácticamente hacía la esquina de la siguiente calle.
Ana Lucía, no pudo hacer otra cosa que aferrar su mano con más fuerza contra su hombro dolorido, mientras sus pupilas se dilataban al máximo. Vio como se acercaba el dragón, y vio mejor aún como se acercaba el militar, a su encuentro, y por detrás de él, vio como Carolina frenaba en seco, llevándose las manos a la cara para no ver el terrible desenlace.
El militar había llegado casi al lado de Ana Lucía cuando saltó para protegerla, pero no llegó a tiempo. El dragón había sido más rápido que él, había girado la cabeza, y en lugar de dirigir sus fauces hacia Ana Lucía, lo había dirigido en su dirección. Con un fuerte apretón de dientes, el dragón hizo que la sangre del militar llenara su boca, y la de Ana Lucía, que a escasos pasos se encontraba. Y fue el hecho de sentir la sangre en su cara, en sus labios, e incluso el sabor de ésta en su lengua, lo que le hizo reaccionar. En ese momento dejo de sentir los pinchazos en su hombro, cogió la metralleta, y abriendo fuego contra el dragón se dirigió hacia donde estaba Carolina, para cogerla del brazo y tirar de ella hacia donde unos segundos antes había desaparecido Víctor con Bruno. El dragón pareció sentir las balas esta vez, y por ello retrocedió con el militar entre sus dientes, mientras terminaba de engullirlo.

Desde la esquina de la siguiente calle, los cuatro vieron como el dragón los buscaba entre los escombros. Ya se había comido al militar, y ahora lo que quería era seguir con su comida, pero no la encontraba.
Bruno estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared, y con la cabeza entre las rodillas. Había dejado de llorar, probablemente porque no le quedaban lágrimas, y ahora apretaba con fuerza los puños, contra sus ojos, para intentar borrar de su mente lo que había visto. Carolina estaba al lado de Bruno, abrazándolo, y besándole el pelo, pues ella sabía perfectamente cómo se encontraba. Mientras Víctor y Ana Lucía estaban en la esquina, asomados, viendo al dragón.
-¡Mierda! Se nos ha ido todo el plan al traste, no solo han muerto ellos dos, sino que toda la gasolina se nos ha caído. Mira como se derrama toda, calle abajo, junto al autobús. ¿Qué vamos a hacer ahora?- rompió Ana Lucía el silencio, dirigiéndose hacia Víctor.
-No se me ocurre nada, pero está claro que es muy peligroso salir ahora, o volver a por más gasolina, el dragón sigue ahí, y parece que no se va a marchar hasta que no nos encuentre.
Permanecieron unos minutos más, vieron al dragón mover su cabeza entre los escombros, intentando dar con alguno de ellos. Ana Lucía volvió a sentir los fuertes pinchazos en su hombro derecho.

-Está bien, Víctor, necesito tu ayuda. Creo que me he dislocado el hombro, y siento unos fuertes pinchazos, y lo único que nos falta es que yo también quede inutilizada, como estos dos- dijo Ana Lucía, apuntando con su barbilla a Bruno y Carolina – Así que necesito que me lo coloques en su sitio. Ponte a mi lado, no es muy difícil. Tienes que estirar con una mano desde mi muñeca hacia ti, y con la otra mover el hombro hacia mi espalda.
Víctor se puso a intentarlo, mientras Ana Lucía apretaba con fuerza los dientes, para evitar gritar. Al cabo de un par de minutos, que para Ana Lucía fueron horas, de intentar recolocarlo, Víctor lo consiguió.
-Vaya, no es que hayas sido el más rápido del mundo, pero gracias. Ya no tengo tanto dolor.- Le agradeció Ana Lucía, mientras veía que podía mover el brazo.
En ese momento se giraron y vieron como el dragón, ahora al lado del autobús, había comenzado a comerse el cuerpo de Marcos. Ambos se miraron con ojos desorbitados, pensando cómo evitar que Bruno viese aquella escena, si por algún casual decidía asomarse a la esquina.

Fue por ello que Ana Lucía, habló: -Está bien, tengo otra idea, yo me quedaré aquí, escondida, con mi metralleta, y vosotros id hacia el final de la calle. El dragón está muy cerca de donde está toda la gasolina derramada, así que voy a intentar apuntar, para hacer que se prenda fuego, y ver si podemos matar a esa maldita cosa de una vez. A mi señal, salid corriendo hacia adelante, yo os intentaré alcanzar cuando vea que el dragón ha desaparecido.- Todos asintieron y se fueron hacia el final de la calle, donde de pie, miraban a Ana Lucía.
-Está bien, ya es hora de mandarte al infierno del que has venido, maldita cosa.- Susurraba Ana Lucía, mientras apuntaba a la gasolina que corría por los pies del dragón. Entrecerró los ojos, y apuntó. -¡Tatatata!- Sonó la metralleta de Ana Lucía, ensordeciendo el ambiente. El dragón giró de repente sus ojos hacia la esquina de la cual procedían los disparos, buscando el origen. A los dos segundos un nuevo -¡Tatatata!- Esta vez más certero, el cual hizo que saliese un giro de fuego por debajo de las patas del dragón. Una enorme llamarada pareció envolverlo todo; al dragón, al autobús, y al resto de Marcos que el dragón había dejado sin terminar de devorar  en aquella ventana.

Ana Lucía retrocedió por unos segundos y se apoyó contra la pared. -¡Bien, jódete maldito cabrón!- gritó; y volvió a mirar hacia donde estaba el dragón. Pudo ver como el dragón se retorcía y rugía de dolor, envuelto en llamas. Acto seguido, todavía en llamas, salió corriendo entre las callejuelas, sin dejar de rugir.
-¡Perfecto!, muere de una vez, maldito monstruo- susurró de nuevo, entre pensamientos de alegría. Todo aquel infierno había terminado, así que se encaminó hacia donde estaban Víctor, Carolina y Bruno, sin correr, y sin decirles que corriese. Ya no había de que huir.

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