Valencia, 20 de noviembre del 2012, 11:54
Todo el grupo descendió por la escalera del edificio, en el
que en aquel momento hacía la función de mausoleo para Eva. Llegaron al portal
y más de uno no pudo contener los pensamientos, y recordar que cuando entraron
eran dos más; ahora Eva descansaba para siempre en el piso 17, y las manchas de
sangre del portal, era lo único que había dejado el otro militar al entrar.
El plan era ir de vuelta a la tienda, subir por la puerta
que daba al edificio hasta la azotea, y salir de la ciudad en el helicóptero,
lo más lejos posible. Cuando estaban llegando a la salida de las vías del tren
escucharon un ruido, en la calle a la que tenían que salir.
-Tsss ¡Esconderos!- dijo en voz baja, pero firme Ana Lucía –
¡Esa maldita cosa está cerca!
Desde uno de los rincones de los escombros de la estación en
la que se escondían, comenzaron a mirar con cautela. Permanecieron varios
minutos escuchando el ruido del dragón pero sin ver nada; hasta que por fin
Víctor logró verlo.
-¡Eh, mirad!, allí me parece que está- señaló con la punta
de la barbilla hacia el final de la calle. Efectivamente allí estaba el dragón,
y parecía entretenido terminando de devorar algo.
-¿Cómo salimos de aquí?¿Cuál es el plan? Porque el
helicóptero está en aquella dirección, y no creo que podamos pasar por debajo
de su tripa sin ser vistos- opinó Marcos.
El militar exploró todo lo que les rodeaba y al final dijo:
-Bien, creo que una buena solución sería montar en ese autobús que hay ahí
parado, podemos esperar a ver qué hace el dragón, estaremos más protegidos, y
en cuanto se vaya, probamos a ver si se puede arrancar y en 10 minutos estamos
en la puerta del edificio del helicóptero.
Así fue como el grupo se dirigió hacia el autobús que había
al otro lado de la calle, de forma silenciosa, para no ser vistos. Todos en
fila de uno, excepto Carolina, que seguía agarrada al militar y mirándose los
pies. Entraron en el autobús y se quedaron agachados en el suelo, con los ojos
entornados, ninguno tenía el valor de abrir del todo los ojos y ver aquella
imagen. Toda la calle derruida, todo reducido a escombros, con la intuición de
que toda Valencia estuviese en el mismo estado. El dragón se había movido y
ahora estaba más cerca del autobús en el que ellos se encontraban. Estaba
entretenido metiendo y sacando la cabeza de un portal. Al final se dieron
cuenta de lo que era, un caballo enganchado a un carro de arrastre, se había
metido en un portal, y el dragón estaba sacando poco a poco trozos del carro,
con la intención de poder coger al caballo en uno de esos intentos.
Ahora estaban todos asomados por la ventana trasera del
autobús, agachados, simplemente asomando media cabeza por el temor a ser vistos
por aquella cosa. Estaban todos excepto Carolina, que estaba en los asientos de
primera fila, acurrucada y llorando.
-¿Por qué?¿Por qué, maldito hijo de puta?, no tenía que
haber ocurrido nada de esto. Ella debería de estar viva. Debería de salir y
matarte con mis manos- Comenzó a decir cada vez más alto Carolina desde los
asientos. A medida que aumentaba su tono de voz se iba irguiendo e iba
mostrando más furia en los ojos.
-Tssss, ¡No grites! O vas a hacer que nos encuentre- Le dijo
en tono agresivo Marcos, en un intento de susurro.
-Debería salir y matarlo con mis manos- continuó gritando
Carolina mientras levantaba y se miraba las manos como si fuesen un par de
bombas capaces de destruir lo que tocase.
-Por favor, que alguien coja a esa trastornada y le haga
callar, o va a hacer que nos maten a todos- Susurró Ana Lucía al resto del
grupo.
El militar se acercó lentamente a Carolina, susurrándole que
mantuviera silencio, diciéndole que la entendía y que debía sentarse y esperar.
Pero todas aquellas palabras parecieron entrar por una oreja de carolina y
salir por la otra. Se giró y siguió gritando, mirando hacia la puerta del
autobús.
-Voy a matarlo, voy a arrancarle el corazón con mis manos,
por lo que le ha hecho a Eva. Tengo que hacerlo por ella.- continuó gritando a
la vez que salía corriendo del autobús hacia la calle.
-¡No, insensata!- dijo el militar, y se lanzó en su
persecución.
-¡Mierda! La va a matar- dijo Víctor, dirigiéndose hacia la
salida para salir en la búsqueda de Carolina también.
-¡Tatatata!- sonaron unos disparos. Ana Lucia estaba en la
puerta trasera del autobús con la metralleta en alto, y por encima de ella se
veían varios agujeros en el techo del autobús.
-¿Pero qué haces, estás loca?- pregunto desconcertado
Víctor. Fuera Carolina y el militar quedaron inmóviles intentando mirar hacia
el interior del autobús, no sabían que había pasado, y al final de la calle, el
dragón, miraba casi con los mismo ojos de desconcierto hacía Carolina y el
militar.
-¡No!, los locos sois todos vosotros. No tenéis ni puta idea
de lo que es la supervivencia. Créeme, yo he estado en la guerra de Irak, y no
se sobrevive llevando a niñas enfermas, a chicas histéricas, y mucho menos
saliendo con voz en grito de un escondite, cara al enemigo. Estoy cansada de
ponerme en peligro por vuestra culpa y vuestra insensatez. A partir de ahora,
aquí se hace lo que yo diga, y el que no quiera, o se ponga en contra, le vacío
el cargador de mi M16 en la jodida cabeza, ¿Entendido?- rugió Ana Lucía.
Nadie dijo nada, pero todos agacharon la cabeza durante unos
segundos, y fueron en silencio hacia la ventana otra vez, para ver como se
desencadenaba la lucha entre Carolina y el militar contra el dragón rosa.
En ese momento el caballo que había estado escondido durante
tanto tiempo en el portal, salió corriendo hacia donde estaban ellos. El
dragón, detrás de él, tardó solo tres segundos en alcanzarlo, y a la vez que
corría, en dirección a ellos, tragárselo.
El militar comenzó a disparar hacia el dragón, y Carolina,
ahora asustada, estaba acuclillada detrás de él, con las manos en las orejas,
para no oír los disparos, mientras lloraba.
Los disparos no parecieron hacer que el dragón disminuyera
su velocidad y en menos de dos minutos se había recorrido la larga calle. Ahora
se encontraba delante de los dos, erguido, rugiendo, y mirando con precisión a
sus presas. El militar sin más munición, agarró a Carolina y la puso en pie, e
intentó huir hacia la izquierda, pero un golpe de la cola del dragón los hizo
salir por los aires en la dirección contraria, y terminaron a los pies de los
escombros de la estación de trenes. El dragón giró la cabeza hacia donde habían
caído, rugió de nuevo y se abalanzó para tragárselos.
-¡A la mierda!¡Maldito cabrón, muere!- gritó Ana Lucía desde
dentro del autobús mientras abría fuego hacia aquella bestia, a través del
cristal posterior. El resto del grupo tuvo que taparse la cara y tirarse al
suelo, pues los cristales comenzaron a volar hechos añicos en todas las
direcciones. Ana Lucía, impasible, con los ojos entornados, continuaba
disparando, con buen acierto hacia el dragón.
Esta vez los disparos si parecieron hacerle reaccionar. El
dragón, desconcertado del nuevo, elevó la cabeza y busco el origen de aquellos
disparos, o ruidos, ni siquiera supo Ana Lucía, que era lo que le había hecho
parar su ataque hacia su comida, y mirar hacía el autobús. En ese momento,
mientras el dragón no los miraba, el militar se puso de pie y volvió a tirar de
Carolina, de una Carolina derrotada entre sollozos, y lograron esconderse de la
vista del dragón entre los escombros.
El dragón, volvió a mirar hacia donde unos segundos antes
había estado su comida y no vio nada. Quizá por ello, decidió lanzarse hacia el
autobús, pero esta vez no pareció hacerlo con el propósito de comer, pues giró
un momento antes e hizo, con un giro de su cola, que el autobús comenzase a dar
vueltas de campana, con todos en su interior.
Entre los escombros, Carolina y el militar vieron como Ana
Lucía, cerca de la puerta trasera, salía por los aires, para caer varios metros
más allá de donde unos segundos antes estaba el autobús; el resto rodaron en su
interior.
Ana Lucía, magullada, se incorporó en medio de la calle,
bajo el sol abrasador. Ahora notaba que el sol quemaba le de verdad. También
notaba unos fuertes pinchazos en su hombre derecho, fue por ellos que tuvo el
instinto de sujetárselo con la mano derecha; apretándolo fuerte contra sí
misma.
Entre los escombros, Carolina y el militar, no daban crédito
a lo que había sucedido. El autobús había ido a parar a unos 20 metros, dando
vueltas de campana, de donde anteriormente estaba.
Bajo aquel sol abrasador, Ana Lucía entrecerró al máximo sus
ojos para ver en el interior del autobús. Pudo ver como dos se levantaron,
confusos y seguramente magullados. Pero el tercero, se encontraba mal colgado
de una de las ventanas, con un enorme cristal atravesándolo.
Ana Lucía, salió corriendo hacia el autobús y quedó
paralizada al ver quien era. El cuerpo que colgaba de la ventana del autobús
era el de Marcos. Ana Lucía supo que había muerto en cuanto lo vio. El enorme
cristal de la ventana le atravesaba el abdomen, y la sangre caía por todas
partes, por la orilla de la ventana hasta el suelo, por sus mejillas desde la
cara, e incluso desde los oídos. En ese momento escucho un bramido. Era el de
Bruno, en el interior del autobús, se había puesto de pie, junto a Víctor, y
acababa de ver la situación. Intentó acercarse al cuerpo de Marcos y abrazarlo,
pero no tuvo fuerzas; cayó de rodillas al suelo del autobús, llorando con
fuerza y rabia. Víctor, a su lado, lo agarró por los hombros y lo irguió; y
aunque siempre sabía decir las palabras adecuadas, en ese momento no supo, se
limitó a abrazarlo fuertemente, y a sacarlo del autobús; el dragón aún estaría
muy cerca.
Desde la posición del militar, tanto él como Carolina,
pudieron ver todo perfectamente. El enorme dragón se encontraba muy cerca del
autobús, giró la cabeza y dirigió la mirada hacia Ana Lucía, y sin vacilar ni
un segundo se lanzó con la boca abierta hacia donde estaba. Fue por ello, que
el militar sintió la necesidad de salir del sitio, gritando el nombre de Ana
Lucía, para que esta se diese cuenta y se protegiese del dragón. Detrás del
militar salió corriendo Carolina, para intentar pararlo, pero no pudo correr
más que él. Debido a los gritos, todos fueron conscientes de la situación.
Desde el autobús, Víctor y Bruno vieron como el dragón se abalanzaba contra Ana
Lucía, y por ello salieron a toda prisa del lugar, para protegerse. Aunque más
bien, Víctor tiraba con fuerza de Bruno, arrastrándolo prácticamente hacía la
esquina de la siguiente calle.
Ana Lucía, no pudo hacer otra cosa que aferrar su mano con
más fuerza contra su hombro dolorido, mientras sus pupilas se dilataban al
máximo. Vio como se acercaba el dragón, y vio mejor aún como se acercaba el
militar, a su encuentro, y por detrás de él, vio como Carolina frenaba en seco,
llevándose las manos a la cara para no ver el terrible desenlace.
El militar había llegado casi al lado de Ana Lucía cuando
saltó para protegerla, pero no llegó a tiempo. El dragón había sido más rápido
que él, había girado la cabeza, y en lugar de dirigir sus fauces hacia Ana
Lucía, lo había dirigido en su dirección. Con un fuerte apretón de dientes, el
dragón hizo que la sangre del militar llenara su boca, y la de Ana Lucía, que a
escasos pasos se encontraba. Y fue el hecho de sentir la sangre en su cara, en
sus labios, e incluso el sabor de ésta en su lengua, lo que le hizo reaccionar.
En ese momento dejo de sentir los pinchazos en su hombro, cogió la metralleta,
y abriendo fuego contra el dragón se dirigió hacia donde estaba Carolina, para
cogerla del brazo y tirar de ella hacia donde unos segundos antes había
desaparecido Víctor con Bruno. El dragón pareció sentir las balas esta vez, y
por ello retrocedió con el militar entre sus dientes, mientras terminaba de
engullirlo.
Desde la esquina de la siguiente calle, los cuatro vieron
como el dragón los buscaba entre los escombros. Ya se había comido al militar,
y ahora lo que quería era seguir con su comida, pero no la encontraba.
Bruno estaba sentado en el suelo, apoyado contra la pared, y
con la cabeza entre las rodillas. Había dejado de llorar, probablemente porque
no le quedaban lágrimas, y ahora apretaba con fuerza los puños, contra sus
ojos, para intentar borrar de su mente lo que había visto. Carolina estaba al
lado de Bruno, abrazándolo, y besándole el pelo, pues ella sabía perfectamente cómo
se encontraba. Mientras Víctor y Ana Lucía estaban en la esquina, asomados,
viendo al dragón.
-¡Mierda! Se nos ha ido todo el plan al traste, no solo han
muerto ellos dos, sino que toda la gasolina se nos ha caído. Mira como se
derrama toda, calle abajo, junto al autobús. ¿Qué vamos a hacer ahora?- rompió
Ana Lucía el silencio, dirigiéndose hacia Víctor.
-No se me ocurre nada, pero está claro que es muy peligroso
salir ahora, o volver a por más gasolina, el dragón sigue ahí, y parece que no
se va a marchar hasta que no nos encuentre.
Permanecieron unos minutos más, vieron al dragón mover su
cabeza entre los escombros, intentando dar con alguno de ellos. Ana Lucía
volvió a sentir los fuertes pinchazos en su hombro derecho.
-Está bien, Víctor, necesito tu ayuda. Creo que me he
dislocado el hombro, y siento unos fuertes pinchazos, y lo único que nos falta
es que yo también quede inutilizada, como estos dos- dijo Ana Lucía, apuntando
con su barbilla a Bruno y Carolina – Así que necesito que me lo coloques en su
sitio. Ponte a mi lado, no es muy difícil. Tienes que estirar con una mano
desde mi muñeca hacia ti, y con la otra mover el hombro hacia mi espalda.
Víctor se puso a intentarlo, mientras Ana Lucía apretaba con
fuerza los dientes, para evitar gritar. Al cabo de un par de minutos, que para
Ana Lucía fueron horas, de intentar recolocarlo, Víctor lo consiguió.
-Vaya, no es que hayas sido el más rápido del mundo, pero
gracias. Ya no tengo tanto dolor.- Le agradeció Ana Lucía, mientras veía que
podía mover el brazo.
En ese momento se giraron y vieron como el dragón, ahora al
lado del autobús, había comenzado a comerse el cuerpo de Marcos. Ambos se miraron
con ojos desorbitados, pensando cómo evitar que Bruno viese aquella escena, si
por algún casual decidía asomarse a la esquina.
Fue por ello que Ana Lucía, habló: -Está bien, tengo otra
idea, yo me quedaré aquí, escondida, con mi metralleta, y vosotros id hacia el
final de la calle. El dragón está muy cerca de donde está toda la gasolina
derramada, así que voy a intentar apuntar, para hacer que se prenda fuego, y
ver si podemos matar a esa maldita cosa de una vez. A mi señal, salid corriendo
hacia adelante, yo os intentaré alcanzar cuando vea que el dragón ha
desaparecido.- Todos asintieron y se fueron hacia el final de la calle, donde
de pie, miraban a Ana Lucía.
-Está bien, ya es hora de mandarte al infierno del que has
venido, maldita cosa.- Susurraba Ana Lucía, mientras apuntaba a la gasolina que
corría por los pies del dragón. Entrecerró los ojos, y apuntó. -¡Tatatata!-
Sonó la metralleta de Ana Lucía, ensordeciendo el ambiente. El dragón giró de
repente sus ojos hacia la esquina de la cual procedían los disparos, buscando
el origen. A los dos segundos un nuevo -¡Tatatata!- Esta vez más certero, el
cual hizo que saliese un giro de fuego por debajo de las patas del dragón. Una
enorme llamarada pareció envolverlo todo; al dragón, al autobús, y al resto de
Marcos que el dragón había dejado sin terminar de devorar en aquella ventana.
Ana Lucía retrocedió por unos segundos y se apoyó contra la
pared. -¡Bien, jódete maldito cabrón!- gritó; y volvió a mirar hacia donde
estaba el dragón. Pudo ver como el dragón se retorcía y rugía de dolor,
envuelto en llamas. Acto seguido, todavía en llamas, salió corriendo entre las
callejuelas, sin dejar de rugir.
-¡Perfecto!, muere de una vez, maldito monstruo- susurró de
nuevo, entre pensamientos de alegría. Todo aquel infierno había terminado, así
que se encaminó hacia donde estaban Víctor, Carolina y Bruno, sin correr, y sin
decirles que corriese. Ya no había de que huir.
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