Valencia, 18 de noviembre del
2012, 09:00 (día del incidente, por la mañana)
En todas las noticias matinales se podía escuchar lo mismo: “-Está previsto, que lo que parece un pequeño grupo
de meteoritos, caiga cerca de la costa valenciana en las próximas horas…”
En la oficina del capitán esa
mañana había mucho ajetreo. Todos estaban contrastando información, hablando
con la NASA o con la comunidad aéreo-espacial. Todos deberían de estar
preparados por si cambiaban unos pocos kilómetros las coordenadas donde
supuestamente iban a colisionar los meteoritos, y pudiesen poner en peligro a
los ciudadanos.
Todo el día transcurrió entre
órdenes, puestas en marcha para los helicópteros, los agentes de orden público
y todo aquel agente que pudiese ser útil a la hora de llevar a cabo la
coordinación de la situación, pues como decía el capitán: -Sargento Hoyo.
Quiero que prepare a todo su equipo, conforme se vayan acercando a la tierra y
nos vayan informando les diré si deben volver al cuartel o si pueden empezar
con la evacuación. Como esto nos pille sin preparación, ¡estamos jodidos!, ¿me
entiende?-
Y es que, hacía mucho tiempo que
el capitán había dejado a un lado los sentimientos, las penas e incluso la
compasión. Hacía tanto tiempo, que ya ni recordaba haber llegado a sentir
aquello alguna vez. Quizás había un vago recuerdo de cuando su madre murió al
ser el un niño todavía; pero enseguida aparecía la cara de su padre y le decía
aquello de: “-Los lloros y las penas son de nenas, ¿tú quieres que se te caiga
la colita? -“Es por eso, que había llegado tan alto. Nunca le importó pisotear
a compañeros, desbancarlos e incluso dar órdenes de abrir fuego, aún sin saber
contra quien lo hacía. Por ello tenía esa gran reputación. Una reputación tan
grande como mala. Se sabía que en tiempos de guerra, había estado a caballo
entre los dos bandos, sin decidirse por ninguno, trabajando de espía para
ambos, hasta que ganaron los franquistas. Cuando se definió el bando vencedor,
el hizo lo mismo, y no dudó en indicar dónde estaban los “rojos”, al igual que
tampoco dudó en ser él quien diese la orden para matarlos, arrodillados
enfrente de él, casi desnudos y con el terror en los ojos. Si, el capitán había
sabido jugar sus cartas, pero aún le quedaba una, y de momento no parecía verla
clara.
Y seguramente ese fue el error.
Todos estaban esperando órdenes de la NASA para poder actuar, y no lo vieron
venir. A las 21:30 de ese día llegaría el dragón al oeste de la ciudad, justo
al lado opuesto de donde se estaban concentrando todas las fuerzas por si había
un cambio del rumbo de los meteoritos; sin esperarse lo que realmente iba a
ocurrir.
El capitán no veía muchas cosas;
por no ver, no se veía ni los dedos de los pies, hacía ya tiempo que su enorme
barriga se lo impedía, a no ser que estirase demasiado la pierna. Por no ver,
tampoco vio a aquel gigante del pánico que destruyó en unas horas todo el oeste
de Valencia. Él, estaba concentrado en el este de la ciudad, en aquella lluvia
de meteoritos que no llegaba, ni al mar, ni a la costa. Concentró allí todos
sus efectivos, y por ello, por una mala “intuición”, dejó vía libre al dragón
rosa.
-¡Capitán! Tenemos un cambio de
planes, hay… hay, joder… no sé qué cojones es, pero debe de ser enorme…
piiiiiii… al oeste de la ciudad… piiiiii… destrozando todo lo que encuentra.
Dime con quienes cuento cerca para intentar frenar a esa cosa… piiiiiiiiii-
Entre cortes de la señal y
fuertes pitidos, el Capitán no sabía muy bien lo que le estaba transmitiendo el
jefe de la comisaria del oeste de Valencia, pero supuso que no era nada bueno,
y peor aún, supuso que era algo que tenía que ver con aquella esperada lluvia
de meteoritos.
El capitán, desde su oficina,
situada en aquel décimo piso en el centro de Valencia, decidió dar una orden,
aun sin haber entendido del todo el problema: -El capitán al habla con la
comisaria oeste. Doy el permiso para que evacuen toda aquella zona, dirijan a
las personas hacia el este, allí tenemos una zona habilitada para desalojados,
contamos con un gran número de efectivos, de todos modos voy a dar la orden de
sobrevolar la zona con los helicópteros para dominar desde el aire, cambio y
corto.-
En cuanto el jefe de policía escuchó
que tenía permiso para tomar las decisiones, salió corriendo hacia la calle, llevando
consigo a los pocos que quedaban en aquella comisaría. Él se metió en el coche,
enchufó el megáfono y comenzó a decir: “- Les habla el capitán de la policía
nacional, repito, les habla el capitán de la policía nacional. Estamos ante un
estado de alerta roja y deben abandonar todos, repito, todos, sus edificios.
Salgan de forma lenta y ordenada y diríjanse al final de la calle, allí se les
dará nuevas órdenes; repito, les habla,…- mientras circulaba por todo el oeste
de la ciudad. Al oír el mensaje, todo el mundo dejaba sus casas, bares, tiendas
y salían a la calle, poniéndose a seguir al coche, rodeados por los pocos
policías armados con metralletas, que les había dado el mismo jefe de policías
mientras se los llevaba a trompicones.
Entre esa multitud iba Víctor,
Mario, Bruno, Carolina y Eva. Cada uno desde un punto diferente de la parte
oeste de la ciudad, cada uno con un inicio diferente de la situación. A Víctor
lo pilló alimentando a sus peces; a Bruno volviendo a casa dispuesto a terminar
su relación con Mario; el pobre Mario, al contrario, lo pilló en casa,
esperando a Bruno, dispuesto a arreglar la discusión que había tenido; y por
último a Carolina la había pillado recogiendo a su hermana pequeña, Eva. Y sin
saberlo todavía, la situación iba a girar demasiado, hasta el punto de unir las
vidas de todos ellos.
De repente la calle se inundó por
una niebla semiespesa y fue en este momento cuando todo comenzó, cuando todo
giró a la destrucción. La niebla oscura comenzó a tornase rosa por el final de
la calle, el lugar a donde todos habían sido evacuados. La niebla rosa comenzó
a tomar forma de fauces, de unas fauces gigantes. Comenzaron los disparos, el
coche ocupado por el jefe de policía y
el megáfono salió por los aires, cayendo a un lado de la calzada, las
metralletas despedían humo y llamaradas anaranjadas, la gente gritaba, corría,
se abalanzaban los unos contra los otros en la dirección contraria hacia donde
iban los tiros; cundió el pánico.
Al parecer el capitán había
tardado mucho en dar la orden de que los helicópteros sobrevolasen el oeste, el
seguía empeñado en que el mayor riesgo era la lluvia de meteoritos que se
preveía cerca de la costa, al este de la ciudad, por ello los helicópteros
tardaron dos horas en llegar; y para cuando llegaron, no dieron crédito a lo
que estaban viendo; al parecer, debajo de aquella niebla, se veía escombros,
coches destrozados, personas muertas,… y al contrario de las órdenes que habían
recibido, la gente se agolpaba y dirigían hacia el oeste de la ciudad, cuando
la decisión había sido clara “que se dirijan todos hacia el centro de
evacuación del este”.
Ana Lucía, una de los pilotos de
helicóptero se puso en contacto con el despacho del capitán: -Capitán, creo que
tenemos un grave problema. No sé qué cojones ha podido ocurrir en esta parte de
la ciudad, pero aquello que conocíamos como el oeste ha sido arrasado, todo
está lleno de escombros y cadáveres. Un grupo de civiles, relativamente grande,
se dirige hacia el oeste. ¿Qué hacemos?-
-¡No!- diría el capitán –Las
órdenes eran claras, tienen que dirigirse todos al este de la ciudad, allí es
donde está la zona habilitada para dicho fin.-
-Con mi debido respeto capitán,
no creo que la situación esté en condiciones como para hacerles caminar tanto
entre ese peligro que desconocemos, y mucho menos para tener que pasar entre
escombros y muertos. ¿No será mejor habilitar una zona en el oeste lo antes
posible?- opinó Ana Lucia.
-Mire Ana Lucia, usted está aquí
para cumplir mis órdenes; si la puse a pilotar helicópteros es porque ahí no
podría tomarse la justicia por su mano como hizo en aquel callejón con el
hombre que mató por haberla hecho abortar, así que va a coger su maldito mando
y su altavoz y va a hacer que todos se dirijan hacia donde yo le he ordenado.-
Ana Lucía, con la rabia contenida
hacia aquel hombre y aquellas palabras, se dispuso a hacer lo ordenado, pero
entonces surgió algo entre la niebla, algo realmente terrorífico. No llegó a
verlo perfectamente, pero supo que no era algo humano, ni tampoco terrestre;
algo realmente terrible estaba pasando allí; y todavía faltaba por llegar lo
peor.
Esa cosa comenzó a atacar, y las
radios de los helicópteros empezaron a llenarse de preguntas: -¿Qué hacemos
capitán?-Hay un monstruo en la ciudad, lo tenemos a tiro, ¿Abrimos fuego?- y
muchas otras preguntas parecidas eran formuladas para que el barrigudo y calvo
del capitán respondiese desde su oficina. Lo peor de todo es que todas las
preguntas fueron respondidas con una única palabra por parte del capitán:
-¡Disparad!-
-¡No! Hay decenas de civiles,
¡morirán!- grito Ana Lucía a la radio. –He dicho que disparéis, abran fuego
contra esa cosa; los civiles ahora no importan, son un daño colateral, hay que
acabar con la mierda que me está destrozando el oeste de la ciudad. Voy a
entablar comunicación con Madrid para recibir nuevas órdenes. De momento, abrid
fuego a discreción- concluyó el capitán.
-¡Apartaros!- Se escuchó desde el
cielo; y acto seguido comenzó la lluvia de balas desde los helicópteros. Todo
el mundo corrió despavorido, la ciudad se transformó en un río caótico de gente
en todas direcciones. Hubieron personas que cayeron al suelo, muertos o heridos
por las balas. –Esto no puede estar ocurriendo- se escuchó entre la multitud
–sálvese quien pueda… escóndase… esto es el infierno…- todo eran gritos entre
la multitud.
Estuvieron toda la noche
disparando e intentando encontrar el blanco, pero todo fue en vano. Ana Lucía y
sus cinco acompañantes del ejército de tierra no lanzaron ni un solo disparo;
Ana Lucia no estaba de acuerdo, y en su helicóptero mandaba ella. Cuando los
disparos cesaron y la mayoría de los helicópteros decidieron retirarse a
repostar e informar personalmente al capitán, Ana Lucia volvió a usar la radio.
–Capitán, ha salido bastante mal la cosa, ese bicho es muy hábil y creo que
entre la niebla y los escombros ha logrado esconderse, y estará esperando para
atacar de nuevo. Muchos de mis compañeros han decidido retirarse a informarle
en persona y a repostar; yo prefiero buscar sobrevivientes, y espero que me dé
el visto bueno, porque pienso hacerlo le guste o no.-
-Ana Lucia- le dijo el capitán –Voy
a hablar con Madrid, y con la NASA y la comunidad aéreo-espacial, no sé qué
mierda está pasando ni de donde ha podido salir algo parecido, por ello he
decidido bombardear toda la zona oeste de Valencia en 36 horas, de momento
vamos a intentar contenerlo allí. No podemos dejar que esa cosa salga de la
ciudad; si a usted le apetece jugar a salvar vidas, adelante, pero que sepa que
solo tenéis 36 horas para que caigan las bombas y no les quepa duda, las bombas
caerán con o sin vosotros.- y cortó la comunicación dejando un molesto pitido.
Pasaron el resto de la mañana
dando vueltas y buscando sobrevivientes, pero desde el helicóptero no les
pareció ver nada, y conforme pasaban las horas no parecía que la situación
mejorara, cuando llego prácticamente de nuevo la noche, comenzó a sonar un
pitido fuerte y agudo, que hizo que Ana Lucia pusiese una cara de conmoción.
-¿Qué cojones significa ese ruido?-dijo uno de los militares. -¡Mierda!,
llevamos demasiado tiempo volando, en busca de sobrevivientes y no he pensado
en el combustible, me temo que estamos a menos de cinco minutos de descender de
forma obligada- y efectivamente Ana Lucía tenía razón, en poco más de 3 minutos
el helicóptero comenzó a realizar sacudidas, hacia arriba y abajo, y acto
seguido empezó a descender rápidamente; pero Ana Lucia logró salir de la
situación y aterrizo en la azotea de un edificio de los pocos que todavía quedaban en pie.
El capitán, se encontraba en su
oficina, en el centro de la ciudad, intentando ponerse en contacto con la NASA
y la comunidad aéreo-espacial. No sabía claramente que estaba pasando. Él creía
que la mejor opción era contener a aquella cosa en el oeste, y cuando estuviese
bien preparado todo, lanzar desde el cielo dos enormes misiles, que acabasen
con aquella cosa, aunque entre ella, hubiese civiles.
Todo claro, y todo zanjado, el
capitán fue directo a la ducha de su despacho, se desnudó y le dio al chorro
del agua caliente. Estaba todavía en la ducha cuando comenzó aquel extraño
temblor. El edificio comenzó a vibrar. En silencio, apagó el agua caliente,
cerró el grifo de la ducha, se puso la toalla alrededor de la cintura, por
debajo de la barriga, y salió.
Todo seguía tal y como lo había
dejado, ¿podría haber sido un pequeño seísmo? No tenía ni idea, pero pronto
descubrió que no. Se acercó al ventanal que había detrás de su escritorio,
entrecerró un poco los ojos, y lo vio. Una enorme cabeza de dragón, de color
rosa, sobresalía entre el polvo y los escombros a lo lejos. Estaba destruyendo
todo por lo que pasaba. Los edificios se veían arrastrados hacía el suelo, la
vibración comenzó a subir, y enseguida dejó paso a un fuerte temblor. La
lámpara comenzó a bailar en el centro del despacho, la enorme planta que tenía
junto a la puerta cayó. Él intentó agarrarse al escritorio, sin todavía poder
dejar de mirar por la ventana. Aquello era un enorme dragón rosa, y se dirigía
hacia donde estaba él. Llegó a tenerlo tan cerca que antes de morir sintió como
lloraba, como le caía el moco por la nariz, e incluso como se meaba bajo la
toalla. Pronto dejó de existir. Pronto el dragón acabó con aquel miedo y con la
orden que tenía que dar para hacer caer aquellos misiles. Ahora, si alguien
quería hacer algo, debería estar en manos del gobierno central. Por ello el
pequeño grupo situado en el quinto piso de aquel edificio, vio como el reloj de
Ana Lucía marcaba la hora de la explosión, y vio también, como no pasaba nada.
La vida les daba una segunda oportunidad. Todavía podían luchar por su
supervivencia. El dragón rosa, lo había hecho posible. Pero ¿hasta cuándo?
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