martes, 7 de mayo de 2013

1X13 Decisiones


Valencia, 18 de noviembre del 2012, 09:00 (día del incidente, por la mañana)

En todas las noticias matinales se podía escuchar lo mismo: “-Está previsto, que lo que parece un pequeño grupo de meteoritos, caiga cerca de la costa valenciana en las próximas horas…”

En la oficina del capitán esa mañana había mucho ajetreo. Todos estaban contrastando información, hablando con la NASA o con la comunidad aéreo-espacial. Todos deberían de estar preparados por si cambiaban unos pocos kilómetros las coordenadas donde supuestamente iban a colisionar los meteoritos, y pudiesen poner en peligro a los ciudadanos.
Todo el día transcurrió entre órdenes, puestas en marcha para los helicópteros, los agentes de orden público y todo aquel agente que pudiese ser útil a la hora de llevar a cabo la coordinación de la situación, pues como decía el capitán: -Sargento Hoyo. Quiero que prepare a todo su equipo, conforme se vayan acercando a la tierra y nos vayan informando les diré si deben volver al cuartel o si pueden empezar con la evacuación. Como esto nos pille sin preparación, ¡estamos jodidos!, ¿me entiende?-

Y es que, hacía mucho tiempo que el capitán había dejado a un lado los sentimientos, las penas e incluso la compasión. Hacía tanto tiempo, que ya ni recordaba haber llegado a sentir aquello alguna vez. Quizás había un vago recuerdo de cuando su madre murió al ser el un niño todavía; pero enseguida aparecía la cara de su padre y le decía aquello de: “-Los lloros y las penas son de nenas, ¿tú quieres que se te caiga la colita? -“Es por eso, que había llegado tan alto. Nunca le importó pisotear a compañeros, desbancarlos e incluso dar órdenes de abrir fuego, aún sin saber contra quien lo hacía. Por ello tenía esa gran reputación. Una reputación tan grande como mala. Se sabía que en tiempos de guerra, había estado a caballo entre los dos bandos, sin decidirse por ninguno, trabajando de espía para ambos, hasta que ganaron los franquistas. Cuando se definió el bando vencedor, el hizo lo mismo, y no dudó en indicar dónde estaban los “rojos”, al igual que tampoco dudó en ser él quien diese la orden para matarlos, arrodillados enfrente de él, casi desnudos y con el terror en los ojos. Si, el capitán había sabido jugar sus cartas, pero aún le quedaba una, y de momento no parecía verla clara.

Y seguramente ese fue el error. Todos estaban esperando órdenes de la NASA para poder actuar, y no lo vieron venir. A las 21:30 de ese día llegaría el dragón al oeste de la ciudad, justo al lado opuesto de donde se estaban concentrando todas las fuerzas por si había un cambio del rumbo de los meteoritos; sin esperarse lo que realmente iba a ocurrir.

El capitán no veía muchas cosas; por no ver, no se veía ni los dedos de los pies, hacía ya tiempo que su enorme barriga se lo impedía, a no ser que estirase demasiado la pierna. Por no ver, tampoco vio a aquel gigante del pánico que destruyó en unas horas todo el oeste de Valencia. Él, estaba concentrado en el este de la ciudad, en aquella lluvia de meteoritos que no llegaba, ni al mar, ni a la costa. Concentró allí todos sus efectivos, y por ello, por una mala “intuición”, dejó vía libre al dragón rosa.

-¡Capitán! Tenemos un cambio de planes, hay… hay, joder… no sé qué cojones es, pero debe de ser enorme… piiiiiii… al oeste de la ciudad… piiiiii… destrozando todo lo que encuentra. Dime con quienes cuento cerca para intentar frenar a esa cosa… piiiiiiiiii-
Entre cortes de la señal y fuertes pitidos, el Capitán no sabía muy bien lo que le estaba transmitiendo el jefe de la comisaria del oeste de Valencia, pero supuso que no era nada bueno, y peor aún, supuso que era algo que tenía que ver con aquella esperada lluvia de meteoritos.

El capitán, desde su oficina, situada en aquel décimo piso en el centro de Valencia, decidió dar una orden, aun sin haber entendido del todo el problema: -El capitán al habla con la comisaria oeste. Doy el permiso para que evacuen toda aquella zona, dirijan a las personas hacia el este, allí tenemos una zona habilitada para desalojados, contamos con un gran número de efectivos, de todos modos voy a dar la orden de sobrevolar la zona con los helicópteros para dominar desde el aire, cambio y corto.-

En cuanto el jefe de policía escuchó que tenía permiso para tomar las decisiones, salió corriendo hacia la calle, llevando consigo a los pocos que quedaban en aquella comisaría. Él se metió en el coche, enchufó el megáfono y comenzó a decir: “- Les habla el capitán de la policía nacional, repito, les habla el capitán de la policía nacional. Estamos ante un estado de alerta roja y deben abandonar todos, repito, todos, sus edificios. Salgan de forma lenta y ordenada y diríjanse al final de la calle, allí se les dará nuevas órdenes; repito, les habla,…- mientras circulaba por todo el oeste de la ciudad. Al oír el mensaje, todo el mundo dejaba sus casas, bares, tiendas y salían a la calle, poniéndose a seguir al coche, rodeados por los pocos policías armados con metralletas, que les había dado el mismo jefe de policías mientras se los llevaba a trompicones.
Entre esa multitud iba Víctor, Mario, Bruno, Carolina y Eva. Cada uno desde un punto diferente de la parte oeste de la ciudad, cada uno con un inicio diferente de la situación. A Víctor lo pilló alimentando a sus peces; a Bruno volviendo a casa dispuesto a terminar su relación con Mario; el pobre Mario, al contrario, lo pilló en casa, esperando a Bruno, dispuesto a arreglar la discusión que había tenido; y por último a Carolina la había pillado recogiendo a su hermana pequeña, Eva. Y sin saberlo todavía, la situación iba a girar demasiado, hasta el punto de unir las vidas de todos ellos.
De repente la calle se inundó por una niebla semiespesa y fue en este momento cuando todo comenzó, cuando todo giró a la destrucción. La niebla oscura comenzó a tornase rosa por el final de la calle, el lugar a donde todos habían sido evacuados. La niebla rosa comenzó a tomar forma de fauces, de unas fauces gigantes. Comenzaron los disparos, el coche ocupado por el jefe de policía  y el megáfono salió por los aires, cayendo a un lado de la calzada, las metralletas despedían humo y llamaradas anaranjadas, la gente gritaba, corría, se abalanzaban los unos contra los otros en la dirección contraria hacia donde iban los tiros; cundió el pánico.

Al parecer el capitán había tardado mucho en dar la orden de que los helicópteros sobrevolasen el oeste, el seguía empeñado en que el mayor riesgo era la lluvia de meteoritos que se preveía cerca de la costa, al este de la ciudad, por ello los helicópteros tardaron dos horas en llegar; y para cuando llegaron, no dieron crédito a lo que estaban viendo; al parecer, debajo de aquella niebla, se veía escombros, coches destrozados, personas muertas,… y al contrario de las órdenes que habían recibido, la gente se agolpaba y dirigían hacia el oeste de la ciudad, cuando la decisión había sido clara “que se dirijan todos hacia el centro de evacuación del este”.

Ana Lucía, una de los pilotos de helicóptero se puso en contacto con el despacho del capitán: -Capitán, creo que tenemos un grave problema. No sé qué cojones ha podido ocurrir en esta parte de la ciudad, pero aquello que conocíamos como el oeste ha sido arrasado, todo está lleno de escombros y cadáveres. Un grupo de civiles, relativamente grande, se dirige hacia el oeste. ¿Qué hacemos?-
-¡No!- diría el capitán –Las órdenes eran claras, tienen que dirigirse todos al este de la ciudad, allí es donde está la zona habilitada para dicho fin.-
-Con mi debido respeto capitán, no creo que la situación esté en condiciones como para hacerles caminar tanto entre ese peligro que desconocemos, y mucho menos para tener que pasar entre escombros y muertos. ¿No será mejor habilitar una zona en el oeste lo antes posible?- opinó Ana Lucia.
-Mire Ana Lucia, usted está aquí para cumplir mis órdenes; si la puse a pilotar helicópteros es porque ahí no podría tomarse la justicia por su mano como hizo en aquel callejón con el hombre que mató por haberla hecho abortar, así que va a coger su maldito mando y su altavoz y va a hacer que todos se dirijan hacia donde yo le he ordenado.-
Ana Lucía, con la rabia contenida hacia aquel hombre y aquellas palabras, se dispuso a hacer lo ordenado, pero entonces surgió algo entre la niebla, algo realmente terrorífico. No llegó a verlo perfectamente, pero supo que no era algo humano, ni tampoco terrestre; algo realmente terrible estaba pasando allí; y todavía faltaba por llegar lo peor.
Esa cosa comenzó a atacar, y las radios de los helicópteros empezaron a llenarse de preguntas: -¿Qué hacemos capitán?-Hay un monstruo en la ciudad, lo tenemos a tiro, ¿Abrimos fuego?- y muchas otras preguntas parecidas eran formuladas para que el barrigudo y calvo del capitán respondiese desde su oficina. Lo peor de todo es que todas las preguntas fueron respondidas con una única palabra por parte del capitán: -¡Disparad!-
-¡No! Hay decenas de civiles, ¡morirán!- grito Ana Lucía a la radio. –He dicho que disparéis, abran fuego contra esa cosa; los civiles ahora no importan, son un daño colateral, hay que acabar con la mierda que me está destrozando el oeste de la ciudad. Voy a entablar comunicación con Madrid para recibir nuevas órdenes. De momento, abrid fuego a discreción- concluyó el capitán.
-¡Apartaros!- Se escuchó desde el cielo; y acto seguido comenzó la lluvia de balas desde los helicópteros. Todo el mundo corrió despavorido, la ciudad se transformó en un río caótico de gente en todas direcciones. Hubieron personas que cayeron al suelo, muertos o heridos por las balas. –Esto no puede estar ocurriendo- se escuchó entre la multitud –sálvese quien pueda… escóndase… esto es el infierno…- todo eran gritos entre la multitud.

Estuvieron toda la noche disparando e intentando encontrar el blanco, pero todo fue en vano. Ana Lucía y sus cinco acompañantes del ejército de tierra no lanzaron ni un solo disparo; Ana Lucia no estaba de acuerdo, y en su helicóptero mandaba ella. Cuando los disparos cesaron y la mayoría de los helicópteros decidieron retirarse a repostar e informar personalmente al capitán, Ana Lucia volvió a usar la radio. –Capitán, ha salido bastante mal la cosa, ese bicho es muy hábil y creo que entre la niebla y los escombros ha logrado esconderse, y estará esperando para atacar de nuevo. Muchos de mis compañeros han decidido retirarse a informarle en persona y a repostar; yo prefiero buscar sobrevivientes, y espero que me dé el visto bueno, porque pienso hacerlo le guste o no.-

-Ana Lucia- le dijo el capitán –Voy a hablar con Madrid, y con la NASA y la comunidad aéreo-espacial, no sé qué mierda está pasando ni de donde ha podido salir algo parecido, por ello he decidido bombardear toda la zona oeste de Valencia en 36 horas, de momento vamos a intentar contenerlo allí. No podemos dejar que esa cosa salga de la ciudad; si a usted le apetece jugar a salvar vidas, adelante, pero que sepa que solo tenéis 36 horas para que caigan las bombas y no les quepa duda, las bombas caerán con o sin vosotros.- y cortó la comunicación dejando un molesto pitido.
Pasaron el resto de la mañana dando vueltas y buscando sobrevivientes, pero desde el helicóptero no les pareció ver nada, y conforme pasaban las horas no parecía que la situación mejorara, cuando llego prácticamente de nuevo la noche, comenzó a sonar un pitido fuerte y agudo, que hizo que Ana Lucia pusiese una cara de conmoción. -¿Qué cojones significa ese ruido?-dijo uno de los militares. -¡Mierda!, llevamos demasiado tiempo volando, en busca de sobrevivientes y no he pensado en el combustible, me temo que estamos a menos de cinco minutos de descender de forma obligada- y efectivamente Ana Lucía tenía razón, en poco más de 3 minutos el helicóptero comenzó a realizar sacudidas, hacia arriba y abajo, y acto seguido empezó a descender rápidamente; pero Ana Lucia logró salir de la situación y aterrizo en la azotea de un edificio  de los pocos que todavía quedaban en pie.

El capitán, se encontraba en su oficina, en el centro de la ciudad, intentando ponerse en contacto con la NASA y la comunidad aéreo-espacial. No sabía claramente que estaba pasando. Él creía que la mejor opción era contener a aquella cosa en el oeste, y cuando estuviese bien preparado todo, lanzar desde el cielo dos enormes misiles, que acabasen con aquella cosa, aunque entre ella, hubiese civiles.
Todo claro, y todo zanjado, el capitán fue directo a la ducha de su despacho, se desnudó y le dio al chorro del agua caliente. Estaba todavía en la ducha cuando comenzó aquel extraño temblor. El edificio comenzó a vibrar. En silencio, apagó el agua caliente, cerró el grifo de la ducha, se puso la toalla alrededor de la cintura, por debajo de la barriga, y salió.
Todo seguía tal y como lo había dejado, ¿podría haber sido un pequeño seísmo? No tenía ni idea, pero pronto descubrió que no. Se acercó al ventanal que había detrás de su escritorio, entrecerró un poco los ojos, y lo vio. Una enorme cabeza de dragón, de color rosa, sobresalía entre el polvo y los escombros a lo lejos. Estaba destruyendo todo por lo que pasaba. Los edificios se veían arrastrados hacía el suelo, la vibración comenzó a subir, y enseguida dejó paso a un fuerte temblor. La lámpara comenzó a bailar en el centro del despacho, la enorme planta que tenía junto a la puerta cayó. Él intentó agarrarse al escritorio, sin todavía poder dejar de mirar por la ventana. Aquello era un enorme dragón rosa, y se dirigía hacia donde estaba él. Llegó a tenerlo tan cerca que antes de morir sintió como lloraba, como le caía el moco por la nariz, e incluso como se meaba bajo la toalla. Pronto dejó de existir. Pronto el dragón acabó con aquel miedo y con la orden que tenía que dar para hacer caer aquellos misiles. Ahora, si alguien quería hacer algo, debería estar en manos del gobierno central. Por ello el pequeño grupo situado en el quinto piso de aquel edificio, vio como el reloj de Ana Lucía marcaba la hora de la explosión, y vio también, como no pasaba nada. La vida les daba una segunda oportunidad. Todavía podían luchar por su supervivencia. El dragón rosa, lo había hecho posible. Pero ¿hasta cuándo?

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